viernes, 24 de julio de 2009

Escéptico


Día en que la vida pasa como un tren, ajeno. Él lo ve pasar, sentado en un banco de plaza. Es el día mismo pero detrás de un vidrio. Está lejos de la vida, sentado en el banco de plaza.

Fatalidad de un perro muerto. Catorce años de mascota, y un tumor. Estamos y luego no. Rengueamos una artrosis, convivimos en secreto con un tumor, y festejamos la llegada de nuestro dueño. Se murió la Berta. Se encontró con una vieja amiga. Pero está en un banco de plaza, mirando la vida como a un tren. Recordó todo el día: viejos compañeros de escuela, maestras, momentos con su mascota. Fumó un cigarrillo y escuchó un sermón, Testigos de Jehová, y él que no tenía certidumbres: la muerte, los recuerdos, Dios dónde está.

Hace frío. Se abriga un poco con la bufanda. Piensa boludeces sin principio ni final. Observa las manos curtidas de una mujer que vende flores: llegar a la noche con la comida puesta y mañana volver a empezar, a pesar del frío.

Sacó de su bolsillo un chocolate. Lo mordió. Dicen que el chocolate nos produce la sensación más parecida a la felicidad. Saboreó lo dulce. Fue feliz. Se terminó el chocolate. La vida como un tren que se va, la luz que se aleja.

Qué absurdo: el fin de la vida viene en papel de golosina y se va por el inodoro. Abrochó la campera y exhaló humo de frío. Caminó sin tiempo.

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